Por: Luisa González-Reiche
Mariposas, plumas, alas, pájaros en pequeños cofres… Entrar al estudio de Mariadolores Castellanos es como entrar a un museo. Es una colección de objetos, de símbolos y de memorias. Adentrarse en su espacio es adentrarse en cientos de imágenes, de figuras, de ideas, algunas guardadas en un contenedor de resina y otras en constante proceso. Es trasladarse a un Wunderkammern, la antigua cámara de las maravillas. Gabinetes llenos de curiosidades –hallazgos sorprendentes– objetos extraordinarios o inauditos, e incluso trozos de historias aparentemente sin sentido. Sin embargo, esos elementos y seres han sido cuidadosamente seleccionados en la búsqueda de producciones humanas y de la naturaleza fragmentadas. La relación que Mariadolores tiene con esas cosas (libélulas, colibríes disecados, escarabajos, corales) son relaciones íntimas pues todas estas están ligadas a su ser más profundo.
Pero el proceso de selección es sólo un inicio, un acto banal comparado con lo que le sigue, pues esas cosas serán depositadas dentro de una cámara transparente en forma de cuerpo o partes de cuerpo.
Mariadolores se ha dedicado por años a guardar y a preservar a modo de un científico del renacimiento esos objetos preciados; desde que secó las flores de su buqué de bodas, guarda todo eso como si fuesen documentos únicos; todas esas cosas con las que se identifica desde su perspectiva de guatemalteca, de mujer, de madre, de abuela. Así, esos cuerpos transparentes guardan en su interior diversas etapas de la vida de la artista y de vidas paralelas.
Como guatemalteca, Mariadolores tiene impregnada la herencia barroca, la imaginería colonial, las imágenes de un país con una historia que huele a sangre. Todas esas cosas se leen en su obra, entre vestidos de encaje de principios del siglo XIX, los ajuares amarillentos, las flores secas, los corsés y la religión con sus tétricas figuras.
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